POESÍA SUBVERSIVA
Vómitos de fuego
¡Oh tribu vestida de harapos de gloria!,
bufones del himno, sin sangre en las venas,
desgarran las carnes del verbo victoria
y engordan en nombre de viejas cadenas.
Juglares de mayo con dientes de oro,
mastican la lucha y escupen sermones,
sentados al borde del sucio decoro
que huele a despachos, cafés y elecciones.
¿Dónde el fusil de la ira sincera?
¿Dónde el sudor que no vende su esencia?
Se embriagan de citas, pero la trinchera
es solo un posteo con falsa conciencia.
¡Oh izquierda de trapo, sin hambre ni herida!,
perfumas el lodo, maquillas la ruina,
te lames los pies con saliva vencida
y adoras tu sombra que nunca camina.
Revolución de salón y retórica,
te enroscas al cuello de un dios funcional,
con logos de paz y alma pletórica
de miedo burgués y pánico moral.
Yo escupo tu rostro de estatua fingida,
te arranco la máscara, te muestro el hedor:
¡la lucha no es moda, ni causa pulida,
es carne, es cuchillo, es grito, es ardor!
Así maldigo tu altar de cartón,
te dejo en la página negra del viento.
El poeta se ríe, sin redención,
con tinta de azufre y lamento violento.
- Anhedonio
Entre perfumes fúnebres
Te amé como se ama el opio
que arrastra a lo oscuro con tacto de lirio,
como el diente de un ángel podrido
que besa y supura caricias de arsénico.
Tu cuerpo —mi templo de fiebre—
era un cáliz impuro,
una catedral de jadeos y sombras
donde el placer tenía alas rotas
y los gemidos olían a incienso sucio.
¡Oh lujuria vestida de seda!,
tus muslos, dos criptas sagradas,
tu aliento, una copa de sangre tibia
donde el amor —ese animal enfermo—
vino a morir con una sonrisa pintada.
Tus labios sabían a sepulcro,
pero yo los bebí
como quien lame una herida abierta
en medio del paraíso caído.
Fuiste flor y peste,
mujer y espectro,
la Venus que ríe con dientes de cal
y me arrastra a un lecho
de esplendor y miseria.
En tus ojos vi el abismo maquillado,
en tus caderas, el vals de los condenados.
Y sin embargo,
¡oh criatura maldita!,
quise tatuar mi alma en tu vientre,
con tinta hecha de vino,
de semen
y de lágrimas negras.
Y ahora duermes lejos,
como un sueño que hiede,
mientras yo —poeta del cieno—
aún recito tu nombre
en cada orgasmo que sangra en mi verso.
- Melancólix
Carne de delirio
¡Amor!,
puta con la lengua rota,
me mordés el alma como un aborto de estrella
que sangra en mis sienes el pus de los siglos.
¡Sí! Te amo con la médula enferma,
con los huesos doblados de tanto deseo,
con los ojos ardiendo en la peste de tu vientre.
Te invoco —
no como flor,
sino como cuchilla que gime
cuando las piernas se abren
como ataúdes calientes.
¡Lujuria!,
bestia de saliva negra,
me trepo a tu espalda como un Cristo invertido
y eyaculo ceniza sobre tu altar de lamentos.
No hay ternura en este acto:
hay espasmo, hay latigazo,
hay relincho de carne rabiosa.
Amar no es besar —
es abrir con uñas el útero del tiempo,
sacar de ahí la baba primigenia
y untarla sobre nuestros cuerpos
hasta que la muerte se masturbe
mirándonos.
Te amo como se ama una peste:
sin cura, sin tregua, sin lengua,
con un vómito tierno entre los dientes
y la esperanza hecha trapo.
¡Oh diosa del espasmo!,
que tu sexo se derrame sobre mí
como un teatro incendiado
donde ya no queda público
ni actor
ni guion
—solo gritos.
Y así, en la danza del espanto,
sacrifico mi voz para que arda tu nombre
como un gusano bendito
en el nervio más sucio de Dios.
- Dr. Tremens
Eva sin génesis
Sola en el paraíso
Sin barro ni costilla.
Los árboles convidan frutos y pecados.
La serpiente lo sabe: Dios ha enmudecido.
Repta, temblorosa,
sobre la blanca faz del inocente mundo.
No hay castigo. No hay exilio.
La tierra abriga,
las plantas susurran melodías
como si fueran mantras que invocan la belleza.
Se parece al amor,
este desierto mío
cubierto de jazmines.
- Jimena Oteiza